Recientemente, una nota curiosa llegó hasta nuestra redacción, y es que en California, Estados Unidos, un reo diabético se libró de su enfermedad, pero lo hizo a través del ajuste de cuentas con la sociedad.
A casi medio camino entre la pena de muerte y la eutanasia, California ajustició ayer a Clarence Ray Allen. Un anciano legalmente ciego, casi sordo, diabético, confinado a una silla de ruedas y que justo en la víspera de su inevitable cita con la inyección letal en la prisión de San Quintín había cumplido 76 años. Edad y condición que han generado algunas protestas y un cierto debate similar al planteado en su momento por la pena de muerte para asesinos juveniles.El impedido preso, condenado por ordenar hace un cuarto de siglo un triple asesinato desde la cárcel, tuvo que ser subido a la camilla utilizada para su ejecución con ayuda de cuatro musculosos funcionarios de prisiones. Anticipando otro posible infarto por la tensión del momento, Allen había solicitado a las autoridades carcelarias no ser reanimado. Pero al final, se le tuvo que administrar una dosis adicional de cloruro de potasio para detenerle el corazón.Perteneciente a la tribu de indios Choctaw, el reo aprovechó su turno de despedida en la cámara de ejecución para decir: «Mis últimas palabras serán 'Hoka Hey', es un buen día para morir. Muchas gracias, os quiero a todos. Adiós». El preso lucía una típica banda de los indios en la cabeza, un saquito medicinal al cuello y una pluma ceremonial de águila. Dos nativos en calidad de asesores espirituales le habían visitado horas antes de la ejecución.Además, Ray Allen ha dejado saber que le gustó mucho su última cena compuesta por filete de búfalo, pollo frito, pan frito, y dos postres, pastel y helado. Curiosamente, sin azúcar por su problemas de diabetes. Entre los cuarenta testigos de la ejecución se encontraba el congresista estatal Todd Spitzer, que forma parte de un comité legislativo que estudia la posibilidad de una moratoria a la pena de muerte en California. Según el republicano, el preso «no parecía tan enfermo como se le ha presentado en informaciones periodísticas».Los abogados del condenado han argumentado sin éxito que a su cliente se le había negado la debida asistencia médica y que su ejecución contravenía la octava enmienda de la Constitución de EE UU, que expresamente prohíbe «castigos crueles e inusuales». Sin embargo, familiares de las tres víctimas mortales en este caso han reprochado a Allen haber jugado todo lo posible con el sistema judicial para burlar su debido castigo.Al negar el pasado viernes una conmutación de la pena, el gobernador Arnold Schwarzenegger insistió en que la edad y salud de Allen eran irrelevantes: «Su conducta no fue el resultado de juventud o inexperiencia, sino producto de las decisiones de un hombre maduro, calculador y curtido de cincuenta años». Reclusos con canasEn sus dos años al frente de California, el 'gobernator' ha rechazado tres peticiones de clemencia. Para el último antecedente de un perdón de este tipo hay que remontarse a la etapa de Ronald Reagan en Sacramento.Por todo el país, las canas y la edad empiezan a acumularse en los corredores de la muerte, con un lapso mínimo de diez años entre crímenes y ejecución. Solamente en California, existen otros cinco candidatos a la pena capital que ya han cumplido más de setenta años. Aún así, las diversas legislaciones penales de EE UU no contemplan la posibilidad de jubilación ante la máxima pena.El mes pasado, el estado de Mississippi ejecutó a un reo de 77 años, John B. Nixon. Ese convicto asesino a sueldo sería el ajusticiado de mayor edad en el país norteamericano dentro de lo que se considera como la 'era moderna' de la pena de muerte tras una trascendental decisión del Tribunal Supremo que en 1976 terminó con una temporal moratoria.
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